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“Las palabras han quedado en reposo… ha muerto Alí Chumacero”



Por Celia Álvarez




Las redes sociales fueron las primeras en hacerse eco de la triste noticia. Diez minutos antes de la medianoche de este viernes, Consuelo Sáizar Guerrero, directora del Conaculta, anunciaba en su cuenta de Twitter: “A las 21:00 horas, en la Ciudad de México falleció Alí Chumacero”, para añadir poco después: “Las palabras han quedado en reposo; a la edad de 92 años ha muerto Alí Chumacero, el poeta, el editor, el guardián de las palabras” y completar la información con un tercer mensaje: “El velorio será en Gayosso Sullivan, y posteriormente en Bellas Artes le ofreceremos un homenaje de cuerpo presente”, finalizando con una sentida frase: “A la familia Chumacero, a mis paisanos de Acaponeta, de Nayarit, mi más profundo pésame”.

Acto seguido, el Fondo de Cultura Económica, donde el ilustre hombre de letras aportó su valiosa labor durante décadas, y que actualmente dirige Joaquín Díez-Canedo Flores, exponía en su TimeLine: “Lamentamos profundamente el fallecimiento de Alí Chumacero, poeta, autor, editor y figura clave en la historia del FCE”, organismo cultural para el cual corrigió, entre cientos de obras, el Pedro Páramo de Juan Rulfo.

Nacido en Acaponeta, Nayarit, el 9 de julio de 1918, Alí Chumacero perteneció al grupo de autores que fundaron la revista Tierra Nueva, dirigiendo la publicación desde 1940 hasta 1942. Redactor de la revista El Hijo Pródigo y de México en la Cultura (suplemento de Novedades), así como director de Letras de México, Chumacero Lora fue becario de El Colegio de México en 1952 y del Centro Mexicano de Escritores entre 1952 y 1953, así como miembro de la Academia Mexicana de la Lengua desde el año 1964.

Publicó tres colecciones de poesía: Páramo de sueños (1940), Imágenes desterradas (1948) y Palabras en reposo (1956); un compendio de ensayos: Los momentos críticos (1987) y un disco donde recita sus obras: En la orilla del silencio y otros poemas (1997), recibiendo por su trayectoria como poeta numerosos galardones entre los que sobresalen el Premio Xavier Villaurrutia (1984), el Premio Internacional Alfonso Reyes (1986), el Premio Nacional de Lingüística y Literatura (1987), el Premio Estatal de Literatura Amado Nervo (1993) y la Medalla Belisario Domínguez del Senado de la República (1996).

Descanse en paz una de las más grandes figuras de las letras mexicanas, de quien Hugo Gutiérrez Vega afirmó: “Alí pertenece a la estirpe de Rimbaud, a la estirpe de Juan Rulfo, porque en sus pocos libros dijo todo lo que tenía que decirse y lo dijo espléndidamente”. El maestro Chumacero Lora, quien dejó como legado para la posteridad hermosos versos, como los del Poema de amorosa raíz, cuya estrofa final reza: “Cuando aún no había flores en las sendas / porque las sendas no eran ni las flores estaban; / cuando azul no era el cielo ni rojas las hormigas, / ya éramos tú y yo”, recibirá tributo de la ciudadanía y de las autoridades culturales en el mismo lugar donde el 24 de junio de 2008 se le rindió un homenaje, con motivo de su 90 cumpleaños: el Palacio de Bellas Artes, en la Ciudad de México.



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La cultura como simple ornamento

Por Celia Álvarez




La falta de interés que evidencian los gobernantes locales, federales y estatales hacia la actividad cultural es asaz notoria: siempre lo ha sido; basta escuchar sus declaraciones, ocurrencias y propuestas para comprender que la toman como un simple “ornamento” o fuente de “entretenimiento” popular en horas bajas o en tiempos en que se precisa distraer la atención pública de alguna eventualidad incómoda.

A la par, conocemos de primera mano cuán difícil es la situación en que viven gran parte de los artistas (aquí es pertinente comentar la triste situación por la que atravesó un pintor de avanzada edad, al que aprecio mucho, quien requería una operación urgente y, al no contar con recursos ni seguro médico o con la amistad de algún alto funcionario, debió soportar durante un año entero penurias y dolores inenarrables), de aquellos que son capaces de traducir su pensamiento en magia y belleza sobre el lienzo, la piedra o el papel, y sus muchos años de estudios en melodías o expresión del cuerpo, mientras en el otro fiel de la balanza contemplamos los regodeos impunes de muchos funcionarios encargados del rubro que cobran altísimos sueldos –producto de los impuestos de todos, por supuesto— y realizan gastos escandalosos a cuenta del erario público.

Funcionarios que, lo dicen los propios artistas, suelen ser ineptos e improvisados y desconocen por completo los complejos mecanismos del campo en que se hallan comisionados para desarrollar una labor que, por lo menos, debería ser digna y responsable. Muchos de ellos, incluso, tan incultos que ni siquiera tienen una buena ortografía y redacción (en este punto, recuerdo la entrevista que le hice a la recién nombrada directora de una galería xalapeña, quien, para mi asombro y vergüenza ajena, me espetó off the record: “Me vas a tener que componer un poquito las respuestas, porque yo, de arte, la verdad, no sé nada…”). Mas al contar con el respaldo de algún pariente poderoso en la política o cierta amistad influyente en el llamado “cuarto poder”, no sólo cobran insultantes salarios —en comparación con los que percibe la mayoría— a cambio de ofrecer nulos resultados, sino que aun se permiten actuar de manera prepotente y grosera con sus colaboradores, subordinados y hasta con los mismísimos protagonistas de la cultura, olvidando que trabajan, precisamente, para ellos y para el pueblo; sin discernir que la ética los obliga a desempeñarse al menos con un mínimo de eficiencia y eficacia.

¿El resultado? Lo que se ve, no se oculta: un escasísimo público para las artes —los espacios culturales, lo hemos visto, no suelen estar concurridos más que en ciertas inauguraciones o eventos señalados— y un alto porcentaje de la población absolutamente desinteresado tanto en la lectura como en sus propias tradiciones, en una época aciaga en que la globalización amenaza con anular cualquier vestigio de un pasado glorioso como el nuestro; en un momento en que la ignorancia y la insensibilidad son los principales enemigos a vencer por medio de la luz que brindan el conocimiento y la experimentación de vivencias edificantes.

Así, pues, buen número de artistas — nos consta— se ven obligados a efectuar su trabajo de manera independiente para ir sobreviviendo, para “irla pasando” nada más, como ellos lo expresan, o bien —y esto, por lo general, solamente lo hacen los más jóvenes y osados— deben optar por la búsqueda de lejanos horizontes más promisorios. Claro que los más no protestan ni hacen alharaca para no quedar mal con los que les pueden brindar, en un momento dado, alguna clase de apoyo o beca, que muchas veces se les concede casi en calidad de limosna, y otros acaban por convencerse de que tal vez su trabajo no vale la pena realmente y por eso no hay quien les haga caso, de modo que se entregan a la desilusión y ello redunda en una baja en la autoestima y la producción individual, que socava aún más su economía de por sí exigua.

La comunidad artística y cultural, aquellos que son portadores de la sapiencia y experiencia precisas para irradiar los bienes del espíritu —puesto que el arte proviene de lo íntimo de la esencia humana— debería exigir una mayor inversión en el rubro educativo y en la generación de mecanismos eficientes para crear públicos interesados en las diversas disciplinas creativas (insisto siempre en la necesidad de que museos y galerías se coordinen con la SEV para que los niños y jóvenes efectúen visitas periódicas, como parte del programa educativo, a esos recintos donde pueden descubrir otros mundos de un solo vistazo, así como con los teatros y otros espacios que ofrecen funciones de danza, conciertos, presentaciones de libros y demás actividades de elevado interés), y demandar un respeto irrestricto por las tradiciones que nos aportan identidad y deberían enorgullecernos a morir.

De la misma manera, los creadores deberían pugnar por que se les faciliten los medios para ofrendar la mayor calidad artística posible a un público espectador que hoy, desafortunadamente, es más bien proclive a embrutecerse con la basura televisiva, y sobre todo exigir que los funcionarios culturales cuenten con una preparación adecuada para manejar con decoro el importante cometido que les ha sido asignado, la alta misión que ha sido depositada en sus manos. Que cumplan, en fin, su encargo con decoro y, también, con cierta dosis de humildad, que todo es necesario… La cultura no es un adorno, señoras y señores, sino un puntal decisivo para el ennoblecimiento y progreso de los pueblos.


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