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Análisis sobre el desnudo femenino erótico, novedad del catálogo editorial de la UV

Celia Álvarez



En la capital mexicana y durante los últimos años del siglo XIX, aproximadamente hacia 1897, el placer se convirtió en una pieza significativa para la industria gráfica: grabados, litografías, tarjetas postales ilustradas y fotolitografías de índole erótica aparecieron, acaparando la atención del público masculino. No obstante, la emergencia del desnudo femenino erótico no trajo consigo una visión ética, responsable ni equitativa respecto al cuerpo de la mujer; al contrario, se reafirmó una tajante concepción moral: quien se desnudaba frente a una cámara o posaba ante los artistas se ubicaba dentro de la tipología de la prostituta, fémina estigmatizada y pecadora que era el vivo ejemplo de lo que no debían hacer las mujeres que se consideraban “decentes”, fieles retratos del ideal decimonónico que las encasillaba en el rol de ángel del hogar.

Concupiscencia de los ojos. El desnudo femenino en México, 1897-1927 es el resultado de una investigación realizada por Alba González Reyes que se convirtió en libro, publicado por la Universidad Veracruzana (UV) como parte de la serie Historia y Sociedad, del Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales, y se halla plasmado en él un largo proceso de búsqueda y estudios —ocho años, para ser exactos, entre trabajo de archivo y de gabinete. Se trata de un volumen que, en palabras de su autora, fue construido desde el eje de la historia cultural, la cultura visual y los estudios de género, cuyos meandros ofrecen varias lecturas, con la intención de dar a conocer una parte de nuestra historia cultural que muestra cómo se fueron entrelazando las imágenes gráficas de desnudo a un estereotipo de figura femenina trasgresora y, al mismo tiempo, reforzar un imaginario colectivo con una valoración negativa del ser mujer.

“De acuerdo a la cultura a la que pertenezcamos, vamos a tener una serie de creencias, símbolos y prácticas en torno al cuerpo, al sexo y al significado de ser hombre o ser mujer; además, la cultura nos va a enseñar cómo hemos de vivir el cuerpo: con placer o sufrimiento, con amor u odio, heterosexual, homosexual o diverso, con culpa o sin ella, oculto o evidente. Y todas esas experiencias tienen una historia”, precisa la autora, y añade que uno de los propósitos de esta investigación es integrar varias áreas de estudio: las imágenes plásticas y gráficas —generalmente utilizadas por historiadores del arte—, el análisis del discurso —a través de los tropos, que son elementos usados preferentemente en la literatura—, enlazados con el reconocimiento del cuerpo, la sexualidad y los modos de pensar el ser femenino y el ser masculino, temas de preferencia para los estudios de género.

Otro objetivo, abunda Alba González, es que la lectora y el lector comprendan la doble naturaleza del cuerpo y el sexo: “Por la evidencia de su materialidad con base biológica relacionada con su funcionamiento anatómico y conjunto de órganos, cuerpo-sexo pertenecen al orden natural; pero la cultura y la historia fungen como una segunda naturaleza, que moldean al cuerpo y al sexo, a través de una sofisticada construcción social en el tiempo. En consecuencia, el cuerpo sexuado se convierte en un espacio histórico, una especie de cuenco en el que se deposita toda una simbolización, imaginarios y creencias que proporcionan una gran diversidad de valores sobre las formas en que vamos a experimentar el mundo. En este libro hago un trabajo de interpretación de cómo el ingreso de México a la era de la máquina favoreció la producción de representaciones eróticas. El proyecto político, social y cultural porfiriano confirmó el ingreso del país a la modernidad y con ello la proliferación de toda una serie de tecnologías que fomentaron la industria sicalíptica. Durante la Revolución Mexicana, con la crisis social y la guerra civil se propició el aumento de garitos y teatros con espectáculos nocturnos para ‘hombres solos’. Esto demuestra que la guerra produjo un efecto benéfico para las prácticas eróticas, para los bolsillos de los empresarios y para el gobierno —por medio de reglamentos jurídicos que favorecían multas y dispensas a los espectáculos licenciosos —; cabe decir también que en tiempos de guerra, en la Ciudad de México la gente se divertía. Finalmente, hacia la segunda década del siglo XX, estas imágenes mantuvieron su vigencia”.

Para lograr su cometido, la doctora en Historia y Estudios Regionales consultó diversas fuentes: la Biblioteca y Hemeroteca del Archivo General de la Nación, el Fondo Reservado y la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional de la UNAM, el Centro de Investigación sobre Teatro Rodolfo Usigli, el Fondo del Gobierno del Distrito Federal, la Pinacoteca y Biblioteca del Instituto Nacional de Historia y Antropología, la Fototeca Nacional del INAH, la Fototeca de Veracruz, del Instituto Veracruzano de la Cultura; la Fototeca del Archivo General de la Nación, así como archivos fotográficos y manuales de buenas costumbres de colecciones particulares, entre otras. Imágenes y discursos de una época cuya paradoja muestra que “en la vida cotidiana el cuerpo de la mujer se ocultó con mucho cuidado; no obstante, las representaciones del desnudo femenino erótico emergieron y en lugar de verse con indiferencia, impresionaron y se consumieron visualmente a través de grabados, litografías, caricaturas y fotografías”. Y el teatro también resultó un espacio idóneo para el consumo visual de desnudo femenino, con los espectáculos de teatro de revista.

“Es interesante mencionar el otro lado de la moneda: en esa época los escrúpulos de moralidad se legitiman y se oponen al estudio y tratado del cuerpo, en tanto espacio de placer. El placer sería un elemento que provocaría miedo por su relación con las tentaciones y el pecado. El arte modernista —simbolismo, decadentismo— tuvo influencia en las imágenes gráficas, y toda una galería de representaciones femeninas estigmatizadas: la femme fatale, la mujer vampiro, Salomé, la mujer tarántula, la mujer escorpión y la mujer diabólica tuvieron estrecha correspondencia con el desnudo. Este es otro aspecto que el lector va a encontrar en el libro: los estereotipos y las creencias establecidas en torno al ser femenino, por la fuerza de los hábitos, se creen naturales; no obstante, se construyen culturalmente y, además de políticos, también son simbólicos y van a presentar, desde el imaginario masculino, papeles sociales entre los géneros: quienes crearon, difundieron y consumieron estas imágenes fueron varones. El Estado se incorpora a través de las instituciones que van a legitimar el deber ser mujer —la religión, la educación formal, la industria editorial y gráfica, la industria de diversiones públicas, las reglamentaciones jurídicas y médicas, etcétera—, y sus discursos van a contrastar con las acciones de las mujeres que luchaban ya por su ciudadanía. De tal modo que estereotipos y mujeres activas que salieron al ámbito público iban a ser conectados por la vía de las argumentaciones al imaginario colectivo. Así, el círculo vicioso entre mentalidad y política se articularon para dar esa textura de doble moral, esa misma que observamos todavía ahora”, indica.

Respecto a las imágenes que aparecen en las más de 400 páginas del libro, la autora subraya que no solamente lo ilustran, sino que son parte fundamental del trabajo de investigación: “Las imágenes gráficas visuales acompañan a la narrativa para dar cuenta de una cultura visual en México, en una época determinada. La gráfica —técnica definida por su capacidad de producción de imágenes en serie— plasma valores estéticos y, asimismo, es un reproductor de modelos culturales y un punto de enlace para la elaboración de discursos sobre una moral-sexual privada y pública. La ilación entre los códigos a saber, lenguaje e imagen, y el proceso de emisión y recepción, comprometen no sólo fantasías eróticas, sino también valores sociales y significados sobre la desnudez femenina”. Lo que llamó su atención al iniciar este trabajo fueron los discursos en torno al cuerpo, y las maneras como éstos se iban hilando en derredor al placer y/o al rechazo: “Mi idea, en un principio, fue trabajar estereotipos femeninos en la narrativa mexicana desde la segunda mitad del siglo XIX hasta los inicios del XX y en relación con las artes plásticas. Pero mi encuentro con la historia cultural, los estudios de género y la cultura visual me fue guiando hacia el discurso del cuerpo deseable y sus consecuencias más bien moralistas sobre este objeto de estudio. Al buscar esos discursos tropecé con catálogos de daguerrotipos, ambrotipos, ferrotipos y fotografías eróticas, editados desde los años cuarenta y hacia finales del siglo XIX en Francia, Alemania y España. Me preguntaba si en México se produjeron ese tipo de imágenes. De igual modo llegó a mis manos el libro de Ava Vargas La casa de citas en el barrio elegante, con prólogo de Carlos Monsiváis, y al leer el texto me entusiasmó la posibilidad de concentrar imágenes no sólo de pinturas, sino abrir el espectro hacia las artes gráficas y analizar el discurso con estas técnicas de investigación documental”.

Concupiscencia de los ojos. El desnudo femenino en México, 1897-1927 es un libro que, según su autora, invita a conocer una historia que implica, además de la presentación de imágenes gráficas, un toque a las fibras íntimas de la sexualidad con el placer y las políticas ejercidas sobre un cuerpo y un género. Es una provocación para observar y criticar los modos de ver de aquellos que ejercían esa mirada. Asimismo, la autora invita a conocer de qué manera se controlaban los cuerpos, para que las lectoras y los lectores se percaten “de esas formas sutiles pero, al mismo tiempo, legitimadas y represivas de vigilancia sobre el placer que se incardinan en la piel, en el sentimiento y en el pensamiento”. Finalmente, esta obra es una invitación a pensar qué tanto han cambiado esas políticas y mentalidades en torno al cuerpo desnudo femenino, y qué tan responsables somos con nuestro propio cuerpo y nuestro placer.

Asimismo, es un libro que toca la interdisciplinaridad, con un tema que está siendo estudiado, pero del que aún falta mucho por decir, por lo que resulta una veta muy rica para los estudios culturales, ya sea desde la antropología, la historia, la literatura, las artes, la educación e incluso el derecho o la medicina. “Hacen falta estudios respecto a la industria de la imprenta y las imágenes eróticas; sobre los códigos que se elaboraron para controlar este tipo de imágenes consideradas sicalípticas, en relación a las políticas jurídicas y comerciales. También falta conocer las creaciones y miradas femeninas en torno al cuerpo desnudo masculino en esa etapa; no existen estudios de análisis a profundidad sobre las primeras películas porno que llegaron a México hacia finales del siglo XIX: hay cortometrajes en la Filmoteca de la UNAM esperando ser rescatadas para su estudio; existen pocas investigaciones en México sobre los estudios médicos con apoyo de fotógrafos y litógrafos para los tratados de anatomía-fisiología. Tampoco se ha construido a fondo una historia gráfica sobre los movimientos feministas en torno a la educación sexual. Colegas de Chile, Brasil y Colombia han realizado trabajos similares al mío, con algunas especificidades, pero hace falta organizar seminarios, coloquios y encuentros. Mencionar estos vacíos sigue el sentido de la provocación y extiendo la invitación a los estudiantes interesados que sigan este descubrimiento y deseen acercarse a esta línea de investigación”, enfatiza la autora.

En la actualidad, Alba González persiste en la búsqueda de imágenes de desnudo, pero, afirma, “ahora se me ha presentado ya no el cuerpo erótico: Eros hizo una pausa. En archivos de la Ciudad de México he encontrado a Tánatos, es decir, imágenes gráficas de finales del siglo XIX y de las primeras décadas del XX, que hablan del cuerpo desnudo enfermo, contagiado, contaminado por enfermedades venéreas, y los discursos médicos respecto a la necesidad de ofrecer a la población una profilaxis higiénica. Hacia los años treinta del siglo XX empezó a proponerse, íntegramente, una educación sexual con apoyo de ilustraciones gráficas. Pero esa es otra historia, que será narrada en su momento… Me gustaría compartir con las personas lectoras las imágenes antiguas sobre el desnudo erótico, su belleza estética e igualmente su belleza histórica; que se sientan transportadas a esa época, disfruten de la lectura, y al final puedan decir que Concupiscencia de los ojos. El desnudo femenino en México, 1897-1927 les dejó una reflexión comprensiva sobre nuestro horizonte cultural de cómo mujeres y varones hemos sido conformados bajo un patrón estrictamente heterosexual y legitimado por un sistema patriarcal. Pero, sobre todo, me gustaría también moverlas al interés de su propio cuerpo y los modos de relacionarlo con los otros, y siendo idealista, que lleven a la práctica una política de género responsable y placenteramente equitativa”.

El libro Concupiscencia de los ojos. El desnudo femenino en México, 1897-1927 se puede adquirir en el Servicio Bibliográfico Universitario, ubicado en Xalapeños Ilustres número 37; en la Feria Permanente del Libro Universitario, situada en Hidalgo 9, y en librerías comerciales de la ciudad. Y aquellas personas interesadas en conocer más sobre las novedades editoriales de la UV pueden consultar la página www.uv.mx/corre, así como escuchar los martes, de 18:00 a 19:00 horas, el programa Oye, lee y dile, que transmite Radio UV en el 1550 AM.


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