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Andar: los objetos desterrados de las cajas profundas de un poeta

Por Celia Álvarez



Pasa en mí / tus edades confinadas / espina de desierto extraordinario / amada humillación / dolencia / ¿Cómo callar la piel a la palabra y desmejorar tus resonancias deseadas? / ¿Cómo dignificar las cegueras que llenan tus vacíos inexorables? El poema intitulado “1979” fue escrito por el joven poeta xalapeño Diego Salas un año antes de obtener la beca del Programa de Intercambio de Residencias Artísticas para Québec, que le otorgó el Fonca en 2005. Entonces solamente fantaseaba con que algún día iba a ganar el dinero suficiente para poder viajar a Canadá, encontrar a la persona a quien le escribió ese texto y entregárselo personalmente.

La beca le permitió dedicar algunos meses a concluir la escritura de un libro, durante una inmersión cultural en el país anfitrión; ello, gracias a un conjunto de textos motivados por “1979”, al que le guarda especial aprecio. El resultado de esta aventura es el poemario Andar, recién publicado por la Editorial de la Universidad Veracruzana (UV) como parte de su colección Ficción Breve y que contiene una serie de poemas —en los que estuvieron involucrados muchos potenciadores emocionales, desde una muchacha quebequense hasta el bombardeo en el Líbano — que escribió casi siempre de madrugada, en un pequeño café cercano a su domicilio donde permanecía hasta las ocho de la mañana, hora en que se iba a dormir.

En realidad lo que silencia es la palabra / se calla / quema / habita o bebe de los molinos que no giran / dan sombra a la guerrilla / o certeza sin perro dueña de la tregua que embargan las cosas importantes. / Hay hielo en las banquetas y todo el horror en la memoria desfila calle abajo / yo digo que así suenas en mis huesos / pero el poema responde no / es sólo lluvia. “Bus” es uno de sus poemas favoritos, aunque confiesa que le resulta difícil saber cuál prefiere, porque a veces uno le gusta más que otro. “Hay, sin embargo, unos que tienen que ver con una autopoética que, hasta ahora, es lo que más eco ha dejado en mí”, explica. En ese sentido, uno de sus predilectos es ‘Bus’ —“a muchos les parece que habla de otra cosa, porque el poema siempre habla de una cosa con el lector y de otra con el autor…”—, con el que se cierra el poemario y con el que, asevera, esclarece sus límites entre la salud mental y la salud artística.

Escribe por lo menos una línea cada día, siempre sobre una servilleta: es su fetiche. En una ocasión, al salir del café con destino a una estación del metro, extravió el pañuelo de papel donde acababa de crear un texto. La situación lo consternó, corrió hasta su departamento e intentó recordarlo, pero no pudo reproducirlo íntegramente, y decidió hacer otra versión, pensando, atormentado, que nunca iba a saber qué había ocurrido exactamente en su cabeza cuando llenó la servilleta original. Una semana después, en un parque, se detuvo para atar las agujetas de su calzado y, al bajar la vista, encontró la servilleta perdida; transcribió el texto sin modificación alguna, porque no se atrevió a hacerle tal ofensa a su maravillosa cadena de coincidencias, y aparece tal cual en Andar, poemario que describe como “una comunidad donde cada poema es un individuo que, al estar unido a los demás, configura un solo ente diverso y amplio”.

En otros asuntos la pluma / detiene sus mordidas cuando / halla lo que le falta a la poesía. Empezó a escribir poemas a los 13 años de edad. Pero, ¿qué misterios entraña la inspiración de un poeta? Para Diego, lo primero es sentir el discurso interior, para codificarlo y transmitirlo. “El problema con el arte es que no se subordina a procedimientos lógicos; por ello no existe un manual de cómo hacer una buena obra de arte. Al no existir ese proceso lógico, hay que recurrir a la cuestión emocional. Necesito leer un texto que me genere ‘algo’, lo uso como catalizador del mundo y trato de transformar alguna idea en una expresión estética”. El asunto no es sencillo, por supuesto: “Escribir poemas así nada más, no… Escribir un poema respetable, eso sí cuesta, y mucho”.

Diego vive de la música y halla una analogía interesante entre el músico de jazz y el poeta: “En ambos casos, el receptor jamás tendrá la plena certeza de lo que estás haciendo; por ejemplo, en un solo de jazz ocurren cosas impredecibles a cada momento y el músico tiene que valerse de su sentido común para ir eligiendo, de entre muchas posibilidades, lo que mejor quede en ese momento. En la poesía sucede algo parecido: uno se formula una idea, realiza el primer verso, que sirve de pie para el poema completo, y más adelante, al tercer verso, te encuentras con que ‘hace ruido’ cuando se lee en sucesión con el primero; entonces hay que ver qué se modifica, qué se sacrifica de un verso en particular para que la totalidad quede lo mejor posible”. He ahí la clave de su proceso creativo.

El poemario Andar, de Diego Salas, donde el lector podrá encontrar “engendros estéticos exóticos y particulares”, se puede adquirir en el Servicio Bibliográfico Universitario, situado en Xalapeños Ilustres 37; en la Feria Permanente del Libro Universitario, de Hidalgo 9, y en librerías comerciales. Más novedades editoriales de la UV, en la página www.uv.mx/corre y en el programa Oye, lee y dile, que transmite Radio UV en el 1550 AM, los martes, de 18:00 a 19:00 horas.



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